“Humano
desde el principio”
Con
motivo de la Jornada por la Vida 2013, el pasado 20 de marzo los obispos
españoles han difundido un mensaje bajo
el título “Humano desde el principio”. En
el mismo se nos recuerda el valor sagrado que tiene cada vida humana y que la
autoridad tiene la obligación ineludible de tutelar el derecho a la vida,
derecho que es anterior al Estado y no una concesión de éste. Dicho derecho –nos
indican los prelados- se presenta con mayor fuerza cuanto más inocente y/o
indefenso es su titular, tal y como ocurre con el no nacido. Por ello los
obispos instan a los católicos a no favorecer con el propio voto la realización
de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan
propuestas contrarias o alternativas a los contenidos fundamentales de la fe y
la moral, tal y como ocurre con las leyes civiles en materia de aborto y de
eutanasia. Asimismo, los obispos advierten que el compromiso político a favor
de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no es suficiente,
sino que se ha de buscar el bien común en su totalidad, y que cuando está en
juego las exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, como en estos casos
ocurre, se hace más evidente y cargado de responsabilidad la actuación del
católico. Asimismo, los obispos nos recuerdan la urgencia de modificar la
actual legislación española sobre el aborto, dado que es gravemente injusta y
no reconoce ni protege adecuadamente el primero de los derechos: el derecho a
la vida.
A continuación reproducimos íntegramente
el mensaje de los obispos.
Humano desde el principio
La Iglesia quiere celebrar en esta Jornada por la Vida el don precioso de la vida humana,
especialmente en las primeras etapas tras su concepción. En esta ocasión, de
manera especial, ante la falta de
protección a la que hoy en día está sometida.
La vida humana es
sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y
permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. La
vida humana es un don que nos sobrepasa. Solo
Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede
atribuirse el «derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente».
Por ello, todo atentado contra la vida
del hombre es también un atentado contra la razón, contra la justicia, y
constituye una grave ofensa a Dios. De aquí la voz de la Iglesia
extendiéndose por todas partes y proclamando que «el ser humano debe ser respetado
y tratado como persona desde el instante de su concepción» y, por tanto, a
partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona,
principalmente el derecho inviolable de
todo ser humano inocente a la vida.
En esta ocasión, nuestro punto de partida no puede ser otro más
que el de la sagrada dignidad del
hombre y del valor supremo de su vida para toda conciencia recta. Vivir es el primero de los derechos humanos,
raíz y condición de todos los demás. El
derecho a la vida se nos muestra aún con mayor fuerza cuanto más inocente es su
titular o más indefenso se encuentra, como en el caso de un hijo en el seno
materno.
La tutela del bien
fundamental de la vida humana y del derecho a vivir forma parte esencial de las
obligaciones de la autoridad. Este servicio que ha de prestar la autoridad no consiste más que
en recoger la demanda que está presente en la sociedad constituida por
personas que nacen a la vida en el seno de una familia, célula básica de dicha
sociedad. El derecho a la vida, que no
es una concesión del Estado, es un derecho anterior al Estado mismo y este
tiene siempre la obligación de tutelarlo.
Afirmar y proteger
el derecho a la vida y en concreto el de un hijo en el seno materno, derecho que es
inherente a todo ser humano y que constituye
la base de la seguridad jurídica y de la justa convivencia, resulta
esperanzador y próspero para la sociedad.
El papa Benedicto XVI nos recordó el gran valor y la importancia que el reconocimiento, aprecio y defensa la vida humana tiene para la construcción de la paz social, el desarrollo integral de los pueblos y el cuidado y protección del ambiente:
«Quienes no aprecian suficientemente el valor de la vida humana y,
en consecuencia, sostienen, por ejemplo, la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo,
proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades, que envilece a la persona humana, y
mucho más la muerte de un ser inerme e inocente, nunca podrán traer felicidad o
paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender
conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma
salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más
débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida, especialmente en su origen, provoca inevitablemente
daños irreparables al desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo
codificar de manera subrepticia falsos
derechos o libertades, que, basados
en una visión reductiva y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil
de expresiones ambiguas encaminadas a favorecer un pretendido derecho al
aborto y a la eutanasia, amenazan el derecho fundamental a la vida».
En nuestro contexto actual, parece obligado añadir que una conciencia cristiana bien formada no debe favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral en este sentido. Dado que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica.
Por otro lado y de igual modo queremos decir que el compromiso político a favor de un
aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer
la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. En esta
línea de responsabilidades consideramos importante recordar que tampoco el
católico puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del
evangelio de Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda
ser anunciada y realizada.
Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia.
Es, como obispos, nuestra obligación ayudar al discernimiento acerca de la justicia y de la moralidad de las leyes. En este sentido, debemos reiterar que la actual legislación española sobre el aborto es gravemente injusta, puesto que no reconoce ni protege adecuadamente la realidad de la vida. Es, pues, urgente la modificación de la ley, con el fin de que sean reconocidos y protegidos los derechos de todos en lo que toca al más elemental y primario derecho de la vida.
También es apremiante la
difusión que en este campo
realiza la Iglesia a través de diversas entidades como los COF (Centro de
Orientación Familiar); la formación de
las personas que trabajan en ellos; la creación de dichos centros donde no
los haya; la incorporación de más
católicos responsables, comprometidos
y formados en las diversas tareas que este trabajo a favor de la vida conlleva. Entre estos trabajos consideramos
importante resaltar la labor de
asistencia y ayuda a las madres embarazadas, en riesgo de abortar, en el
nivel asistencial-material y también en
el psicológico antes y después de un posible aborto. En este sentido
urgimos también, a la formación de sacerdotes en este terreno para poder
asistir adecuadamente a las cada vez más numerosas madres que padecen el
síndrome post-aborto.
Por todo ello y dada la fragilidad de la condición humana y conscientes de nuestras limitaciones, invocamos y pedimos la ayuda a santa María Virgen, Madre de la Vida”.