domingo, 29 de julio de 2012


Un mal de inmensas proporciones.




Según el último informe del Ministerio de Sanidad, 113.031 personas han sido eliminadas en España durante el año 2011 mediante técnicas abortivas que podríamos denominar tradicionales.

Teniendo en cuenta que en nuestro país nacieron ese mismo año 484.055 niños, se desprende que de cada 100 nacimientos ha habido cerca de 25 personas que han resultado muertas por dichas técnicas.

A estas cifras se deberían añadir otros abortos, no incluidos dentro de los tradicionales, de los cuales hay poca información estadística. Entre éstos quedarían incluidos todos aquellos métodos que causan la muerte del embrión pre-implantado y que, por tanto, matan al ser humano. Entre éstos estarían los siguientes: la “pastilla del día después”, la clonación terapéutica -utilizada para la obtención de células madre embrionarias-, los procesos de congelación y descongelación a que son sometidos los embriones sobrantes de la fecundación in vitro, el DIU, la "generación de niños-medicamento”, el diagnóstico genético pre-implantacional para la selección de embriones sanos, -lo que supone una técnica claramente eugenésica, etc.

De todo lo anterior podemos deducir la profunda enfermedad que asola nuestro país: la mentalidad anti-vida ha calado tanto en la gente que muchos no se inquietan al saber que una parte significativa de la población esta siendo exterminada antes de nacer.

La postura del católico frente esta violencia ante el inocente se resume en los siguientes puntos del Catecismo de la Iglesia Católica:

2258 “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (CDF, Instr. Donum vitae, intr. 5).

2270
La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida (cf CDF, Instr. Donum vitae, 1, 1).«Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te tenía consagrado» (Jr 1, 5). «Y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra» (Sal 139, 15).

2271
Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.

«No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido» (Didajé, 2, 2; cf. Epistula Pseudo Barnabae, 19, 5; Epistula ad Diognetum 5, 5; Tertuliano, Apologeticum, 9, 8).

«Dios [...], Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción;
tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables» (GS 51, 3).

2272 La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana.
“Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (CIC can. 1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cf CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.