Jornada de la Vida 2014
Publicamos en la presente
entrada un extracto de la Nota de los obispos para la Jornada de la Vida 2014,
titulada “Por los niños; por los padres; por
los abuelos: sí a la vida”
Para
España, para Europa y para el mundo, «la
apertura moralmente responsable a la vida es una riqueza social y económica.
Grandes naciones han podido salir de la miseria gracias también al gran número
y a la capacidad de sus habitantes. Al contrario, naciones en un tiempo florecientes pasan ahora por una fase de incertidumbre,
y en algún caso de decadencia, precisamente a causa del bajo índice de
natalidad, un problema crucial para las sociedades de mayor bienestar (…).
Son situaciones que presentan síntomas
de escasa confianza en el futuro y de fatiga moral. Por eso, se convierte
en una necesidad social, e incluso
económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la
familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del
corazón y de la dignidad de la persona».
Se podría pensar que la caída de la natalidad solo tiene que ver con los problemas económicos de las familias,(…); pero no nos equivoquemos, (…) una verdadera mentalidad egoísta y anti-vida (…) ha arraigado en profundidad en las almas. El beato Juan Pablo II, en la encíclica Evangelium vitae, habla de «mentalidad anticonceptiva», «mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad», «mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad», «mentalidad eugenésica», «mentalidad eficientista», «mentalidad de este mundo» (cf. Rom 12, 2). Es, por tanto, necesario «un cambio de mentalidad y de vida» que permita ganar la propia libertad para donarse al otro: donarse a la esposa o al esposo, donarse a los hijos, donarse a los ancianos, donarse al que sufre. Esto es lo que el papa Francisco ha explicado cuando ha afirmado: «una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro».
(…)
Dicho
esto conviene recordar que nadie puede donarse si no se posee a sí mismo; y ello no es posible sin la primacía de la gracia, es decir, sin
el concurso del Espíritu Santo actuando en los corazones.
(…)
Tenemos que recuperar la grandeza del don y sentido de la maternidad, como el gran don de Dios a la mujer, que la dignifica, haciendo posible que en su seno se produzca el gran milagro de la vida, (…). La maternidad ha sido ensombrecida en la sociedad actual por el feminismo radical y la ideología de género. Dicho feminismo radicalizado trata absurdamente de igualar lo diferente –Dios los creó hombre y mujer (Gén 1, 27)–. Además esta ideología pretende tachar de servilismo la potencial maternidad de la mujer, afirmando, por otra parte, un poder despótico sobre el fruto de sus entrañas.
En esa maravillosa diferencia entre el hombre y la mujer radica la complementariedad y capacidad de la comunión en el amor esponsal, (…)
La corriente ideológica “pseudo-igualitaria”, inspirada en el feminismo radical y la ideología de género, conlleva, por otro lado, la errónea concepción de que el hijo es solo responsabilidad de la madre. Al varón, (…) se le relega a la figura de “padre olvidado”. Con ello no solo no se ayuda a lograr la indispensable colaboración del padre en el crecimiento físico, psíquico y espiritual de los hijos, sino que se da un paso atrás facilitando la deconstrucción de la personalidad de los hijos en su masculinidad y de las hijas en su femineidad. Es esencial recuperar la figura del padre, implementando los programas que al respecto sean adecuados.
El erróneo proceder humano con la reducción del índice de natalidad está dando lugar al envejecimiento alarmante de la población, que de seguir por este camino aboca a la ruina demográfica, económica y sobre todo moral de la sociedad. La “política” en el ámbito demográfico, que en la práctica se aproxima a la denominada “del hijo único”, está provocando en no pocas ocasiones severas dificultades en la socialización del individuo; tras dos generaciones de hijos únicos, no solo han desaparecido los hermanos, también desaparecen los tíos y los primos; la soledad puede volverse atronadora, la posibilidad de solidaridad familiar casi se desvanece, y, para los laicistas, solo queda el Estado, quebrado e impotente ante las necesidades materiales y espirituales de las personas.
El derecho a la vida viene relativizado también por otros mal llamados “derechos”, impuestos despóticamente en nombre del progreso. Resuenan las valientes palabras del papa Francisco «No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana», (…). Defender y valorar la vida supone un avance en esta sociedad que se diluye en falsas ideologías que subyugan la libertad y crean estructuras opresoras y esclavizadoras de las conciencias y del pensamiento, bajo apariencia de novedad y progreso.
El papa no solo nos invita a la defensa del «concebido y no nacido», sino también a buscar y facilitar soluciones que eviten llegar al extremo terrible del aborto como una rápida solución a las profundas angustias en que se ven envueltas las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras.
Por tanto, de nuevo, repetimos el «¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis! Y pedimos a la santísima Virgen María, Madre de la esperanza, que descorra el velo que cubre nuestros ojos ante la maravillosa realidad de la vida y nos ayude a construir la civilización del amor con el anuncio del evangelio de la familia y de vida.